El cabo Hopkins repartía las
cartas con la izquierda y la emoción recorría la trinchera como una intensa niebla
silenciosa.
Al ritmo de las explosiones
y los impactos de metralla, abríamos la correspondencia y seguíamos el rastro
de las palabras con los ojos brillantes. Esbozando alguna media sonrisa, o
ensombreciéndonos la cara para poder llorar con algo de intimidad.
Y aunque, de tanto leerlas,
pronto aprendíamos dónde estaba cada letra, cada punto, cada coma…, éramos
incapaces de retirar la mirada de aquellas cuartillas garabateadas. Porque
temíamos que, las breves líneas que contenían, fueran nuestro último contacto
con la cordura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario