La sirena cautiva vomita
pulpos de siete patas en la taza del váter, derramando los grilletes de su atractivo
y perdiendo los retazos de belleza que le restan en cada bocanada. Allá va el
rímel, con forma de arácnido peludo. Allá su hermosa voz, transmutada en
estertor.
Comprueba, resignada, que,
en las manos del alcohol, hasta la más decente dama se convierte en cortesana.
Y observa el grumoso sumidero mientras, con cada arcada, un nuevo tentáculo
asoma por su boca manchada de carmín.
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La sirena cautiva vomita
pulpos de siete patas en la taza del váter, mientras el pescadero trata de
convencer inútilmente a la clientela de tener el género más fresco del mercado.
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La sirena cautiva vomita
pulpos de siete patas en la taza del váter y Ulises, desatándose del mástil
desilusionado, mira con ojos golosos al contramaestre.
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