Durante un diálogo entre
Robert Mussche y su amigo Herman Thiery, los personajes de Lo que mueve el mundo se preguntan qué es lo que hace buena una
obra literaria. Y se concluye lo siguiente:
La buena literatura se
percibe “…cuando en un libro detectas la
presencia real del autor, cuando sabes que nadie te podrá contar la historia
mejor que él, cuando no puedes dejar de oír su voz…”
Y, efectivamente, Kirmen Uribe tiene una voz diferente a las demás. Una voz singular que se puede oír desde
la primera página, desde la primera línea. Susurrándote y meciéndote en su
mundo y en sus inquietudes. En su narración de historias entrecruzadas. En sus
líneas temporales paralelas que transmiten voces diferentes y que, sin embargo,
son siempre una: la suya. Una voz que, progresivamente, se hace tan clara y
contundente, que en ocasiones crees propia.
Lo
que mueve el mundo (al igual que Bilbao-Nueva York-Bilbao) es sólo una oportunidad para poder
escuchar a Kirmen. Un pretexto para introducirse en el mundo interior de un
autor con estilo propio que se mueve por impulsos personales. Y que, yendo y
viniendo, espaciotemporalmente, habla de sentimientos tan comunes y cotidianos
como el amor, la nostalgia, la identidad, la pérdida… historias que, aún perteneciendo
estrictamente a la realidad y a los personajes que la vivieron, siendo
completamente ajenas, guardan una íntima relación con su historia personal e
inevitablemente contactan con la historia personal de los lectores.
Acabo de terminar el libro de Kirmen. Me gusta esa manera de liar la madeja, mezclar tiempos, personajes, situaciones, experiencias propias y de otros. A ratos lo he visto algo forzado, el anterior fluía tan fácil... Para mi el logro del libro es escribir sobre traumas, pérdidas, muerte y al tiempo de entrega a otros, de amistad, de amor, dejando esa sensación de que las cosas al final terminan con un cierre y aunque no tengan sentido sí que tienen poesía
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